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¡Qué cansao´es ser yo mismo tó el rato!
Es terrible esa sensación que tenemos a veces de querer que la tierra nos trague para evitar determinadas experiencias y situaciones.
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No queremos entrar en ellas, porque ya sabemos exactamente cómo se van a desarrollar. Atravesarlas, más que sentirnos vivos nos hace sentirnos en un bucle en el que todo se repite una y otra vez.
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Pensemos por ejemplo en una comida familiar.
Sabemos cómo vamos a reaccionar, lo que vamos a decir, lo que vamos a hacer y en qué momento, qué palabra del otro va a dispararme, en qué momento me voy a levantar de la mesa como una moto… Y aunque lo sabemos y no nos gusta, no somos capaces de cambiar nuestros comportamientos.

Uno hace intentos y se plantea: “hoy no me voy a dejar provocar…”, “hoy voy a ser capaz de no fingir a ver si se da cuenta…” o quizás un simple “hoy no voy a dejarle que me sirva toda la comida que ella quiera…”
Y de repente todo ha pasado… tal y como sabíamos que pasaría… no importa que haya sido una experiencia agradable o desagradable, nos hemos tragado algo que no nos apetece, que sabemos que ya no digerimos bien y nos sentimos empachados con nuestra propia vida.
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¿Por qué en esas situaciones repetimos una y otra vez los mismos patrones y no somos capaces de romperlos?
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¿No sería fantástico llegar a esa comida y que en lugar de actuar “el niño bueno”, “la hija triunfadora”, “el tío egoísta”, “la madre sobreprotectora”, “el padre seco”,… cada uno pudiera liberarse de “su papel” y sentirse libre de hacer, sentirse y expresarse conforme a lo que de verdad necesita, desea y quiere en ese momento?
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¿No sería fantástico ser capaces de abrirnos a la vida sin la predictibilidad de nuestro personaje? Abrirnos sin saber lo que va a pasar y lo que es más importante, sin sabernos a nosotros mismos. Con la capacidad de descubrirnos un poco más en cada experiencia.
De vez en cuando conviene preguntarse: ¿cuánto tiempo hace que no me sorprendo a mí mismo? ¿cuánto hace que no descubro algo de mí que no sabía? ¿cuánto que me descubro entregándome a una experiencia que nunca habría imaginado?
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Si hace demasiado, quizás estás en ese punto de estar cansado de ser tú mismo todo el rato y es el momento para que descubras qué te impide cambiar, reinventarte o simplemente ampliar horizontes.

Es interesante la seguridad que nos da tener un pasado y saber quiénes somos. Nos da una biografía, un puñado de certezas y una dirección en la que ir o una meta que perseguir, unas normas para regir nuestras conductas y millones de justificaciones para cada uno de nuestros actos cotidianos.
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Sin embargo, a veces no nos damos cuenta de cuánto nos limita este yo con el que nos identificamos, cómo nos obliga a repetir hábitos que nos hastían y a permanecer en relaciones que no nos satisfacen, cómo nos lleva a poner tiempo y energía en prioridades que son más fruto de la resignación que de la convicción y cómo cada vez nos hace sentir menos capaces de vivir de otra manera sin tanto cálculo y tanto salvavidas.
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No es mi intención demonizar a este yo, ego, personalidad o como queramos llamarlo y beatificar al hombre sin pasado, sólo te propongo explorar una polaridad que como siempre, no se resuelve enfrentando los opuestos sino integrándolos.
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¿Cómo podemos hacerlo? ¿cómo encontrar el equilibrio entre ellos? El primer paso es aceptar que ambas partes de nosotros son necesarias y que forman un continuum.
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La persona sin pasado representa a nuestro niño y también a nuestro anciano que ha sabido envejecer y alcanzar la sabiduría que consiste en tomar lo que la vida trae momento a momento y valorar sólo lo que es realmente importante en ese instante.
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La personalidad es necesaria porque es el recorrido que necesitamos hacer para llegar del uno al otro, es el paso entre el ser esencial inconsciente y el ser esencial consciente de sí mismo.
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Es decir, la naturaleza de la personalidad no es ser una estructura rígida e inmutable, sino un vehículo, un campo de experimentación, un camino de autodescubrimiento, un proceso en constante evolución que busca conducirte a la autoconsciencia a través de la profundización en ti mismo y tus experiencias.
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El problema es que la personalidad, que nos ha librado de muchos escollos y nos ha salvado la vida en innumerables ocasiones, considera que ya ha alcanzado la sabiduría, la perfección y la verdad absoluta y por tanto no necesita evolucionar sino mantenerse firme y demostrar a todos cuál es la manera correcta de ver el mundo.
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Como siempre digo, esta prepotencia egóica me conecta con la arrogancia con la que miraba a mis padres con poco más de dieciséis años, convencido de que ya lo sabía todo y de que ellos, pobres caducos, no podían enseñarme nada. Y claro, después la vida ha sido tan amable de demostrarme que aún tenía tanto por aprender… y lo que me queda…
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Por este motivo, no tiene sentido aferrarnos al personaje que hemos creado, a mi yo y a mi vida. Por supuesto que tenemos unas raíces y un pasado. Pero no para justificarnos ni perpetuar nada, sino para usarlas de materia prima y encontrar las claves que nos permitan cambiar y evolucionar.
Para transformarnos es preciso que miremos a ese yo que creemos adulto como un adolescente que todavía tiene un millón de cosas por descubrir y aprender. Que le dejemos experimentar y equivocarse. Que pueda cuestionarse las creencias que le han inculcado y que no acepte ninguna como dogma de fe. Que se arriesgue a volver a amar como cuando se enamoraba en la pubertad. Que sienta que todas las puertas están abiertas para él. Y que se sienta sostenido y protegido por ese ser esencial que por este camino va tomando consciencia de sí mismo.

Yo encontré esas respuestas en el Eneagrama que se convirtió en la herramienta que me ayuda a encajar las piezas del puzle de mi personaje.
El Eneagrama en su origen es una representación de las leyes del despliegue de la realidad. No es de extrañar pues que me haya ayudado a ver cómo yo me aparto de ese despliegue, me niego a ver las señales, cómo me resisto a los cambios que la vida me propone, a los que yo me niego para afirmarme.
Para describir estas resistencias, el Eneagrama desmenuza y distribuye los conceptos de cualquier corriente psicológica y/o espiritual y nos permite convertir enfoques opuestos en complementarios, permitiéndonos una comprensión más profunda del fenómeno de la personalidad.
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¿Por qué desarrollé “un personaje”? ¿Fue una respuesta a la pérdida de contacto con el Absoluto? ¿Fue una reacción a un trauma de la infancia? ¿Fue una consecuencia de la genética que heredé?
Si colocamos estas tres visiones a la luz del Eneagrama, se despolarizan y se convierten en un rayo de luz blanca que me permite ver las cosas con mayor claridad porque descubro que las tres apuntan a una misma verdad.
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Lo biológico, lo psicológico y lo espiritual se integran para permitirme una mayor comprensión de quién soy hasta poder llegar a mi verdadera naturaleza.
¿Por qué me comporto como lo hago en mis relaciones? ¿Por efecto de mi parte instintiva? ¿Por como fue la relación con mi madre? ¿Porque tengo que descubrir una verdad profunda sobre mí en el otro?
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Vuelvo a colocar las visiones en el Eneagrama y se me abren nuevas perspectivas.
¿Cómo me relaciono con mi cuerpo? ¿Es la parte de mí que más valoro y cuido? ¿Es la parte que cuido para gustar a los demás? ¿Es sólo un instrumento?
Cada enfoque recoge parte de la verdad y al colocarlos sobre el Eneagrama se revelan los porqués, en qué proporción y qué parte he descuidado y tengo que atender.
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El Eneagrama es un catalizador del autodescubrimiento y del cambio que puede ayudarte a juntar las piezas de tu puzzle.
Creencias, patrones emocionales y conductas que te gustaría cambiar pero que al intentarlo se derrumban como un castillo de naipes porque no eras consciente de cómo lo que querías cambiar estaba engranado con el resto de los planos de tu personalidad.
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Por eso cuando descubrimos nuestro tipo empezamos a entender esas conexiones y todo encaja.

Y no es que el tipo me describa a mí, no. Mi tipo en el Eneagrama no es una etiqueta que me define, es una radiografía de mis dificultades para fluir con la realidad y para que quién yo soy en realidad pueda expresarse en el mundo.
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Este descubrimiento lleva a otro más sorprendente aún.
Cuando por fin los mecanismos de mi personalidad se revelan no tengo que hacer nada para cambiarlos, la propia observación (la observación real, no la teórica) produce gradualmente y respetando nuestros límites, el cambio que estábamos buscando y necesitando.
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Éste es el verdadero valor del Eneagrama, que nos facilita una observación de 360º sobre nosotros mismos, que nos impide seguir engañándonos.
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¿Quién después de descubrir su verdad más profunda es capaz de olvidarla y volver a fingir ser otro que ya no es?